sábado, 22 de octubre de 2011

ESTAMBUL: Junio 2011


¿Por qué Estambul? Era el paso inevitable. Conocimos el primer año Roma y Pompeya. Atenas, Corinto, Micenas, Epidauro y Nauplion el segundo. El tercer año todo apuntaba a Constantinopla, la ciudad epónima de Constantino I Grande, que la refundó sobre Bizancio en el siglo III.
Nadie debería perderse viajar a Estambul, que es el nombre con que se la conoce en la actualidad. Aunque solamente fuera por disfrutar de la geografía del lugar tan particular en que se asienta, mirando al Cuerno de Oro, el Mar de Mármara y el Bósforo. A caballo entre Europa y Asia, con todas las connotaciones que eso lleva aparejadas.
Para nosotros fue un descanso poner tierra por medio la noche del mismo día en que se acababa la Selectividad: la maleta llevaba preparada y cerrada varios días porque no había materialmente tiempo. Hubo que viajar a Madrid, pasar varias incómodas horas en Barajas, embarcar hacia Zürich (Suiza) y cambiar allí de avión a la carrera (literalmente). Pero mereció la pena.
Creo que no dejamos prácticamente nada por ver. Los días fueron, desde luego, agotadores. Pero cuando uno tiene la oportunidad de hacer un viaje como este, no debe perderse nada. Santa Sofía, la Mezquita Azul, el Palacio Sumergido, el conjunto del Hipódromo, el palacio de Topkapi, el de Dolmabache, la Mezquita del Solimán, la Mezquita Nueva, San Salvador de Chora, la Torre Gálata, la plaza Taksim, el Acueducto…
Pero también hubo tiempo para otros goces: deambular por una ciudad que parece estar siempre despierta, pasear por los jardines de la Universidad, comprar en el Gran Bazar, contemplar el amanecer sobre el Bósforo, atravesar la ciudad de punta a punta en el tranvía, volver a comprar en los mil puestos insólitos que se desparraman por pequeños edificios con pequeños patios, comer kebab, deliciosos bocadillos de calamares y dulces (extraordinariamente dulces, por cierto), recorrer el bazar de las especias, descansar en el jardincillo de nuestro modesto, pero estupendo hotel, escuchar en la calidez de la noche última llamada del muecín a la oración y jurar en arameo a eso de las cinco de la mañana cuando el mismo muecín llamaba a la primera oración del día.
Y como siempre hay casualidades, las nuestras fueron tres: estaba en Estambul Ronaldo causando furor aunque no tuvimos la suerte de encontrarlo en la calle; se alojaba en nuestro hotel un joven español que llegaba a Estambul en bicicleta desde ¡Valencia! y nos encontramos con un periodista español, José María Íñigo, que asistía a una jornada de música española (tendríais que haber presenciado en qué consistía…) patrocinada por el Instituto Cervantes. Quien (me refiero al periodista, claro), por cierto, parecía desconocer que en los institutos todavía se estudiase latín y griego. La paradoja fue que yo, profesora de latín, hube de sacarle de su craso error al tiempo que le sacaba una fotografía junto a mis alumnos, maravillosos estudiantes de latín y griego, en una de las ciudades más deliciosas que conozco.



Grupo de alumnos